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La propietaria de Annan Kartano, un restaurante de temporada situado en un parque en el norte de Helsinki, ha decidido cortar por lo sano. Cansada de que varios de clientes hayan encadenado episodios de maltrato verbal hacia sus empleados, así que se ha tomado una norma clara: quien grite o falte al respeto, se le invitará a marcharse. La decisión llega tras un nuevo incidente que dejó llorando a varias empleadas jóvenes y que ha reavivado el debate sobre el trato al personal en el sector de la hostelería.
Todo ocurrió a raíz de una escena insólita. Dos clientas adultas se negaron a pagar con tarjetaa, aunque la llevaban encima, porque, según alegaron, “por principios” querían abonar la cuenta en efectivo. El restaurante no disponía de cambio suficiente y la conversación acabó en gritos. Las trabajadoras, chicas jóvenes en su mayoría, terminaron la jornada entre lágrimas. “No es solo que sea desagradable. Es que están en sus primeros trabajos y no deberían tener que aguantar esto”, denuncia Eija Riikonen, copropietaria del restaurante, en declaraciones al diario Ilta Sanomat.
Riikonen decidió compartir su hartazgo en un mensaje publicado en la página de Facebook del establecimiento. En él lamenta que el equipo esté recibiendo cada vez más comentarios ofensivos y comportamientos agresivos, que nada tienen que ver con una crítica constructiva. “Queremos que nuestros clientes disfruten de la visita, pero también ofrecer un entorno seguro y motivador a quienes trabajan aquí”, subraya. “Y gritar o hablar de forma violenta no entra en ese marco. Bajo ningún concepto”.
Tras ese último episodio, Riikonen ha dado instrucciones expresas a sus encargados: si detectan actitudes ofensivas o un tono de voz que cruce la línea, pueden cortar por lo sano y pedir al cliente que se marche. “No lo hacemos por gusto, pero tenemos que proteger al equipo”, insiste. “En una oficina nadie aceptaría que le griten. ¿Por qué en un restaurante sí?”
Lo que más le preocupa no es tanto el número de casos —“el 95% de los clientes son un encanto”, reconoce— como el efecto psicológico que puede tener una sola situación desagradable. “Muchos chavales se hunden, se sienten inútiles o creen que no valen para esto. Y no es así. El problema no está en ellos”.
Riikonen ha querido aprovechar el momento para lanzar un mensaje más amplio. Critica la actitud de quienes exigen a los jóvenes que se incorporen al mercado laboral pero luego no están dispuestos a respetarlos. “Decimos que los chavales no quieren trabajar, que están todo el día en casa. Pero si cuando lo hacen se les grita o se les humilla, ¿cómo esperamos que no les dé miedo salir ahí fuera?”, concluye.
Written by: Huffington Post
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