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En Finlandia, un país rodeado de lagos y con una fuerte cultura de actividades acuáticas, la creciente preocupación por los ahogamientos ha puesto sobre la mesa un problema causado por la falta de habilidades reales de natación.
Durante las calurosas semanas de julio, al menos 24 personas perdieron la vida por ahogamiento en el país. Doce de esos casos ocurrieron solo en la última semana del mes, y cuatro de las víctimas eran niños. “En mis 25 años dedicados a la natación, jamás había visto tantas muertes infantiles por ahogamiento en tan poco tiempo”, afirma a Helsingin Snaomat Tero Savolainen, planificador de entrenamiento en la Asociación Finlandesa de Instrucción de Natación y Salvamento (SUH).
El experto advierte que cualquiera que entre al agua corre el riesgo de ahogarse, especialmente si no posee habilidades de natación o si tiene una falsa percepción de sus capacidades. Esta última situación es más común de lo que parece, ya que muchas personas asocian el saber nadar con flotar o chapotear en el agua, cuando en realidad la verdadera habilidad incluye aspectos como el control de la flotabilidad y la resistencia.
Flotar bien no solo es una técnica de ahorro de energía, sino también una estrategia que puede salvar vidas. En una situación de emergencia, flotar correctamente permite conservar fuerzas y ganar minutos cruciales en lo que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
La situación se ha vuelto especialmente alarmante entre los niños. Savolainen cuenta que han aumentado las consultas de padres preocupados porque sus hijos, mayores de diez años, aún no saben nadar. “A esa edad, aprender se vuelve más difícil y embarazoso, lo que reduce las posibilidades de adquirir habilidades sólidas en el futuro”, señala.
Según datos del Instituto Finlandés de Salud y Ciencias Sociales, en 2022 solo el 55% de los alumnos de sexto grado afirmaron poder nadar al menos 200 metros, una cifra considerablemente menor que el 76% reportado en 2016. Parte de esta caída podría atribuirse a la interrupción de clases de natación durante la pandemia, pero Savolainen también observa un cambio cultural.
Actualmente, se nada menos y se juega más en el agua, en entornos similares a spas, donde un par de tirones hasta las escaleras bastan para “sentirse nadador”. Esta falsa confianza, sumada a la falta de práctica real, resulta peligrosa. Muchos niños, y adultos, no saben si pueden nadar 200 metros simplemente porque nunca lo han intentado.
La definición nórdica establece que una persona demuestra competencia acuática si es capaz de caer en el agua, emerger, nadar 200 metros continuos (50 de ellos de espaldas). Esta habilidad refleja no solo técnica, sino también autocontrol y flotabilidad: elementos clave en caso de emergencia.
Para combatir esta tendencia, SUH apuesta por una formación más integral desde la infancia. “La familiaridad con el agua debe comenzar temprano”, dice Savolainen. Incluso simples baños en la bañera o la ducha pueden ayudar a los niños a sentirse cómodos si su cabeza se hunde de forma inesperada.
El papel de los padres también es crucial. Aunque no todos pueden pagar clases particulares, deben buscar maneras de motivar a sus hijos a aprender a nadar y de convertir el contacto con el agua en una actividad regular y segura.
Además de enseñar a nadar, SUH promueve la educación en seguridad acuática desde la etapa preescolar. Aprender a entrar al agua con precaución, nadar paralelo a la orilla y respetar el poder del agua son lecciones que, según Savolainen, “deben estar grabadas en la mente de todo nadador, sin importar su edad”.
Written by: Huffington Post
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