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La Campesina Georgia
A veces pienso que, si uno quisiera diseñar un sistema perfecto para quebrarle el espíritu a un inmigrante latino, no podría hacerlo mejor que el propio gobierno de los Estados Unidos. Cada semana, y últimamente cada día, aparece una nueva regla, un nuevo requisito, un nuevo castigo disfrazado de política pública. Y todo con el mismo mensaje entre líneas: “No te queremos aquí, pero tampoco te vamos a dejar ir sin antes agotarte”.
Los números lo dejan claro. Un informe reciente del Instituto Cato derrumbó uno de los pilares de la narrativa del gobierno federal, esa historia repetida hasta el cansancio de que las detenciones masivas de ICE están dirigidas a “criminales peligrosos”. Mentira. La realidad es mucho más sencilla y cruel. De todas las personas que ingresaron a custodia entre octubre y mediados de noviembre, alrededor de 44 mil 800 detenciones, el 73% no tenía ninguna condena penal. Ni violencia, ni pandillas, ni delitos graves. Nada.
Y aun así fueron tratadas como enemigos del Estado, como amenazas urgentes que había que sacar del país a cualquier costo. Apenas un 5% tenía antecedentes violentos. El resto, si acaso, traía en su historial infracciones menores o situaciones directamente ligadas al propio sistema migratorio. En pocas palabras, se trata de trabajadores, padres, estudiantes, gente común intentando sobrevivir.
Pero ese es el punto, la política migratoria no se basa en la realidad, sino en el miedo. Y el miedo es más rentable cuando se construye sobre mentiras.
Mientras ICE llena sus centros con más de 65 mil personas detenidas hasta mediados de noviembre, el gobierno aprovecha para apretar otra tuerca. Esta vez lo hicieron con los permisos de trabajo. Antes podían durar hasta cinco años; ahora apenas llegan a 18 meses. Año y medio de respiro, seguido de otro trámite, otra espera, otro riesgo de perder el empleo por un retraso absurdo.
USCIS dice que esto permitirá “evaluaciones más frecuentes” para identificar amenazas a la seguridad pública o gente con “ideologías antiestadounidenses”. Detrás de ese lenguaje vago hay familias enteras que viven al borde del despido por culpa de un documento que ahora durará más en tramitarse que en caducarse.
Y claro, no podían dejar pasar la oportunidad de usar un caso aislado, el tiroteo cometido por un ciudadano afgano, como justificación para castigar a cientos de miles de personas sin ninguna relación con ese crimen. El viejo truco, un ejemplo extremo para castigar a todo un grupo.
Pero el mensaje más claro llegó en la primera semana de diciembre. El gobierno quiere que hasta los turistas entreguen cinco años de sus redes sociales para poder visitar el país. Cinco años. Likes, comentarios, publicaciones, amistades. Un archivo completo de tu vida digital entregado a un gobierno que ya demostró que no sabe distinguir entre una amenaza real y un inmigrante que solo quiere trabajar.
Si están dispuestos a exigir eso a ciudadanos de Reino Unido o Alemania, imagine lo que sienten por usted, por mí, por cualquiera que hable con acento o tenga un apellido latino. No es seguridad nacional, es vigilancia preventiva. Es desconfianza institucionalizada. Es un recordatorio más de que aquí, la presunción de inocencia no aplica cuando tu pasaporte o tu color de piel no es del agrado del mandatario actual.
Al final, todas estas medidas comparten el mismo ADN: el desgaste. El cansancio como herramienta política. La idea de que, si te ahogan suficiente en trámites, miedos, renovaciones, redadas, revisiones y reglas inventadas, eventualmente te vas a rendir.
Pero aquí seguimos. Porque nuestra comunidad no llegó a este país buscando caridad, sino buscando trabajo para sobrevivir. Y hoy en día parece que sobrevivir es un acto profundamente político.
Lo que me preocupa no es la dureza de estas políticas, sino la estrategia que las sostiene, un sistema que siempre encuentra una nueva forma de complicarnos la vida, aunque sus propios datos desmientan sus excusas. Un sistema que se ha vuelto experto en usar nuestra paciencia como arma en nuestra contra.
Dicen que Estados Unidos es un país de oportunidades. Tal vez lo fue. Pero bajo el gobierno de Donald Trump, para muchos de nosotros, es un país de obstáculos meticulosamente diseñados. Obstáculos que, paradójicamente, solo demuestran lo mucho que temen a la fuerza que tenemos como comunidad.
Y si algo he aprendido, desde Mexicali hasta la ciudad de Phoenix que ahora llamo mi hogar, es que no hay muro ni reglamento que pueda competir con una comunidad que ya entendió el juego. Que ya no se traga las mentiras. Que ya no se queda callada.
Porque si ellos construyen laberintos, nosotros encontramos caminos. Y si ellos insisten en cansarnos, nosotros insistimos en resistir.
Written by: Lego Rodriguez
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