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Israel y Hamás se enfrentan este lunes al momento más delicado después de dos años de guerra en Gaza. A las ocho de la mañana (las siete en España), ambas partes iniciarán el intercambio que debe marcar el inicio de una nueva fase del alto el fuego y que supone una prueba de fuego para el plan diseñado por Donald Trump para llevar la paz a la región.
Será a esa hora cuando está programado que Hamás entregue a los rehenes israelíes que aún permanecen en el enclave gazatí -cuarenta y ocho en total, veinte de ellos con vida- a cambio de la excarcelación de casi dos mil presos palestinos. El proceso, supervisado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, se desarrollará en dos partes: por la mañana en el corredor de Netzarim y por la tarde en Khan Yunis, epicentro del conflicto durante los últimos meses.
El intercambio representa el primer paso tangible del plan de paz impulsado por Donald Trump, que ha vuelto a Oriente Próximo para presentarse como el mediador que es capaz de poner fin a una guerra que desde el atentado del 7 de octubre de 2023 ha desbordado todo intento de mediación diplomática. “La guerra ha terminado”, aseguró el republicano a bordo del Air Force One antes de aterrizar en Jerusalén, dónde pretende capitalizar un alto el fuego que nadie da por consolidado. Su visita, así todo, tiene una importante carga simbólica: presumir de resultados mientras su administración trata de mantener cohesionados a los cuatro países garantes del proceso, EEUU, Egipto, Catar y Turquía.
La jornada comienza con la tensión que acompaña cualquier tregua precaria. Fuentes israelíes confirman que los rehenes ya se concentran en varios puntos del sur de Gaza y que la operación de entrega seguirá un protocolo cerrado entre mediadores. Hamás, por su parte, reclama garantías de que Israel cumplirá la liberación de los 1.950 prisioneros incluidos en la lista. De ellos, 250 cumplen condenas por delitos graves y 1.700 fueron arrestados durante la invasión de 2023. En paralelo, un anexo del pacto firmado en Sharm el Sheij establece un mecanismo para localizar los cuerpos de los rehenes fallecidos. Las milicias reconocen que no controlan todos los lugares de enterramiento y que necesitarán semanas para completar la búsqueda.
Entre los rehenes que regresan con vida hay nombres que se convirtieron en símbolo del conflicto: Evyatar David, visto en un vídeo cavando su propia tumba; el pianista Alon Ohel, de 24 años; y Avinatan Or, cuya pareja, Noa Argamani, fue rescatada el pasado junio. También figuran los hermanos Ariel y David Cunio, las gemelas Gali y Ziv Berman y dos soldados israelíes, Matan Angrest y Nimrod Cohen. Entre los extranjeros hay un estudiante nepalí desaparecido y tres fallecidos: un tanzano y dos trabajadores tailandeses. En total, Israel calcula que veintiséis rehenes murieron durante el cautiverio.
El contexto político en Israel añade una carga extra al proceso. Benjamin Netanyahu llega a este día en una posición de debilidad interna, con su coalición fracturada y una parte de la población movilizada contra su gestión de la guerra. En la víspera del canje, el primer ministro pronunció un discurso en el que pidió unidad nacional y afirmó que “mañana comienza un nuevo camino, uno de construcción, de sanación y de unidad”. En las calles, la escena fue distinta. Miles de personas se concentraron en la plaza de los Rehenes de Tel Aviv para seguir el anuncio: vitorearon a Trump y abuchearon al primer ministro. El contraste refleja la erosión de su liderazgo y la percepción, cada vez más extendida, de que ha utilizado el conflicto para sostenerse políticamente.
En la Kneset tampoco hay consenso. Varios diputados de la derecha nacionalista anunciaron que no asistirán al discurso de Trump como muestra de rechazo al acuerdo. El parlamentario Amit Halevi, del Likud, lo ha descrito como “lo contrario de una victoria”, y Limor Son-Har Melech, del partido Otzma Yehudit, ha asegurado que “ni el presidente estadounidense ni la derecha israelí deberían celebrar una ilusión de paz y seguridad”. La oposición lo acusa de haber entregado la gestión de la posguerra a Washington y de actuar con fines electorales.
Tras su paso por Jerusalén, Trump viajará a la localidad egipcia de Sharm el Sheij para participar en la Cumbre por la Paz convocada junto al presidente Abdelfatá al Sisi. La cita reunirá a más de una veintena de líderes internacionales y busca asegurar la continuidad del alto el fuego y coordinar la reconstrucción del enclave. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, asistirá al encuentro “con esperanza y con la voluntad de contribuir a estabilizar la región”, según fuentes de Moncloa. España respalda el papel de los mediadores árabes y defiende que el acuerdo debe aplicarse “en sus dimensiones políticas, de seguridad y humanitarias”.
También acudirán Emmanuel Macron, Keir Starmer, Giorgia Meloni, Friederich Merz, António Guterres, António Costa, el rey Abdalá II de Jordania y Recep Tayyip Erdogan. Irán y Hamás no participarán. El ministro iraní de Exteriores, Abbas Araqchi, ha explicado que su país “no puede colaborar con quienes atacan y sancionan a nuestro pueblo”, aunque ha apoyado “toda iniciativa que ponga fin al genocidio en Gaza”.
Sobre el terreno, la tregua sigue siendo frágil. La ONU ha confirmado la entrada de gas, alimentos y medicinas en Gaza por primera vez desde marzo, mientras miles de desplazados regresan a un norte arrasado. “Estamos felices de volver, pero destrozados por lo que vemos”, contó Rami Mohammad-Ali, un vecino de Deir al Balah citado por Reuters. En las calles, el alto el fuego se siente más como una pausa que como un final. Trump proclama que la guerra terminó, pero la reconstrucción —política, material y moral— apenas ha comenzado.
Written by: Huffington Post
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