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Daniella Santoro y Aaron Lorenz estaban haciendo lo que cualquiera haría un domingo de cielo azul y un sol radiante en Nueva Orleans: quitar malas hierbas, mover unas macetas… vamos, darle algo de dignidad a su jardín. Lo que no entraba en sus planes, desde luego, era descubrir una losa tallada con inscripciones en latín, “oculta” bajo la tierra húmeda de Luisiana. Ni denarios ni monedas antiguas con las que hacerse millonarios en el mercado de segunda mano, ni huesos de un esqueleto de un personaje histórico, ni mucho menos vasijas. Lo que encontraron fue, literalmente, una lápida romana.
Según cuenta el Daily Express, la escena fue digna de película: dos estadounidenses con cara de póker mirando una lápida romana que debería estar a unos 8.000 kilómetros de distancia, recién desenterrada en su jardín de Luisiana. Daniella, que además de jardinera ocasional es antropóloga, hizo lo que cualquiera haría en su lugar (si es que alguien más se ha visto en esa situación): echar mano de la ciencia y llamar a un amigo arqueólogo. Al otro lado del teléfono respondió Ryan Gray, de la Universidad de Nueva Orleans, quien se presentó en su casa para hacerle unas fotos a la lápida para enviárselas al profesor Harald Stadler, en Innsbruck, para intentar descifrar de dónde había salido semejante reliquia.
La clave, como en toda buena historia antigua, estaba escrita en la misma losa. Las letras, gastadas pero legibles, llevaban casi dos milenios esperando a que alguien las tradujese. Después de un pequeño cónclave de expertos, entre ellos el propio hermano de Stadler, que es profesor de latín, todos llegaron a única conclusión: aquella lápida estaba dedicada a Sextus Congenius Verus, un marinero romano del siglo II que, por razones obvias, jamás pisó Luisiana. ¿Cómo demonios había acabado su tumba en un jardín en Estados Unidos?
La pista definitiva, esa que siempre ayuda a resolver un crimen en las series de televisión, les llegó desde el otro lado del Atlántico, cuando el diario The Guardian se hizo eco de su hallazgo y apuntaba un detalle revelador: la losa que habían desenterrado en su jardín, se parecía demasiado a una que llevaba años desaparecida del museo de Civitavecchia, a las afueras de Roma. Así que una colega de Daniella en la Universidad de Tulane, la profesora Susann Lusnia, decidió tirar del hilo y, después de intercambiar un par de correos, llamó al museo italiano y la respuesta fue tan clara como surrealista: el “souvenir” romano que su vecina había desenterrado era, en realidad, una pieza robada del patrimonio italiano.
Desde se momento, ni Daniella ni Aaron tuvieron más dudas e hicieron lo que tocaba: empaquetar la lápida y entregársela al FBI, para que iniciara el proceso de devolución. “No todos los días le llevas a la policía algo del siglo II”, bromea Gray.
Los investigadores creen que la losa habría cruzado el Atlántico a mediados del siglo XX, seguramente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el museo de Civitavecchia quedó hecho polvo por los bombardeos aliados. Seguramente, alguien logró rescatarla de entre los escombros, posiblemente pudo venderla a un anticuario y, desde ahí, acabar en manos de algún turista que tuviese buen ojo y un peor sentido arqueológico.
El propio Gray escribió más tarde, en una revista especializada, que en aquellos años de posguerra las reliquias viajaban por el mundo “como si fueran postales”: sin control, sin aduanas y sin demasiadas preguntas. Lo extraño, decía, no es que la lápida saliese de Italia, sino que haya terminado reapareciendo dos mil años después, medio enterrada junto a un seto en Nueva Orleans.
Ahora, con el jardín otra vez en calma, Daniella y Aaron vuelven a sus plantas, aunque ya no cavan igual. “Nos sigue pareciendo increíble”, cuenta ella al tabloide británico. “¿Quién iba a pensar que cuidar las plantas acabaría así?”. Es que hay quien siembra rosales… y hay quien desentierra tesoros del imperio romano.
Written by: Huffington Post
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