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“Soy García Caparrós, de nombre Manuel José. Usted sabe quién soy yo, yo no sé quién es usted. Usted que me disparó y sigue en su anonimato todavía. Son cuarenta y ocho años desde que un cobarde segara mi vida. Y aún la justicia me esconde a los asesinos sin nombre que al matar mi corazón mataron Andalucía”. Puede que de Despeñaperros para arriba esa letrilla sea desconocida, pero en el pasado Carnaval de Cádiz, la comparsa Las Ratas generó con ella una descarga eléctrica que ha cuajado en himno.
Quien habla por boca de los roedores de Jesús Bienvenido es un joven de 18 años, asesinado en Málaga en 1977, un represaliado del postfranquismo, tiroteado en el pecho posiblemente por un policía, que nunca ha tenido ni verdad ni justicia ni reparación, que son las claves esenciales de la memoria histórica y democrática. La segunda meta ya no es posible, por culpa del tiempo pasado. Las otras dos aún sí y el paso que hoy da el Congreso de los Diputados ayudará a ello: al fin, ha dado instrucciones que permitirán acceder a los archivos sin anonimizar de la Comisión de Encuesta de 1977 y descubrir quién fue el autor del disparo.
¿Quién es Manuel José García Caparrós? Hoy, un icono de la lucha por la autonomía de Andalucía, un símbolo de la pelea en los años duros de la Transición que pagó con su vida la defensa de una tierra que no quería ser menos que Cataluña, Galicia o País Vasco, en un momento en el que estaba cuajando el dibujo regional de España.
¿Y quién fue Manuel José García Caparrós? Pues un joven trabajador temporal de la fábrica de Cervezas Victoria, de Málaga, que llevaba menos de un año afiliado al sindicato Comisiones Obreras (CCOO) cuando participó en las marchas convocadas en toda Andalucía para el 4 de diciembre del 77. La mayor movilización en la región desde la II República y la mayor en toda la Transición en la zona. La respuesta ciudadana fue espectacular, alentada por una unidad nunca más repetida entre todas las fuerzas políticas del momento. La protesta en la capital malagueña, a la altura de la Alameda de Colón, se partió por unos incidentes, tras un arresto, y la Policía Armada abrió fuego. Dicen los atestados que dispararon 23 tiros. Uno de ellos cruzó el pecho de Caparrós y cuando llegó al entonces hospital Carlos Haya (hoy Hospital Regional Universitario de Málaga) ya era cadáver.
Las protestas de aquel 4-D fueron en general pacíficas en toda Andalucía. “Una primera página de la Historia de Andalucía que debemos llenar todos con nuestra presencia”, alentaba desde su portada El Correo de Andalucía. Sin embargo, el ambiente festivo y reivindicativo se quebró en Málaga, porque hubo un incidente que desató la furia.
Todos los partidos habían pactado que la bandera andaluza, la blanquiverde, luciera en los edificios públicos junto con la española. Sin embargo, los gestores de la Diputación se negaron a hacerlo. Un grupo de manifestantes se concentró ante el edificio, reclamando el izado, y como nadie les hizo caso, otro joven, también de apenas 18 años, se encaramó a la fachada y, de cornisa en cornisa, llegó a un balcón y colgó la bandera andaluza. Aunque no se le reconoció la gesta, que quede aquí su nombre: se llamaba Juan Manuel Trinidad Berlanga y murió siendo un anónimo escayolista.
Este valiente fue introducido en el edificio por una ventana y detenido de seguido. Cuando los manifestantes vieron que salía con las manos esposadas, comenzaron a protestar. El Ministerio del Interior de entonces dijo que sus uniformados entendieron que los malagueños iban a asaltar el edificio del organismo provincial y por eso empezaron a cargar con botes de humo y pelotas de goma.
La periodista Olivia Carballar ha documentado profusamente el momento en su libro Yo también soy víctima. Estampas de la impunidad en la Transición y habla de represión, directamente, como el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, Fernando Arcas. “Días de guerra, de fascistas en la acera rezando a su dictador. Tarde de espanto, Málaga entera llorando, mataron a Caparrós”, canta otra letra carnavalera, de la comparsa Los Piratas de Antonio Martínez Ares.
La cabecera de la manifestación estaba lejos, la protesta fue dada por finalizada, cuando llegaron noticias de que en la Alameda había tiros. Sonaban como petardos en cadena. A García Caparrós lo sacaron entre varios manifestantes, como pudieron, sin esperanza. Hubo testigos directos del tiroteo, como el periodista Juan de Dios Mellado, que vieron a uniformados con las pistolas en las manos, cerca de él, pero nunca se procesó a nadie por ese asesinato. Un tiro en el pecho no es inmovilizar apuntando a un brazo o una pierna. Caparrós no era dirigente de nada, cabecilla de nada, portavoz de nada.
Málaga pasó tres días en estado de sitio y las protestas por esta muerte se toparon con una enorme respuesta policial: en la violencia, no en la transparencia. “Hemos dado leña de verdad”, se escucha en uno de los audios de las comunicaciones de entonces, difundido por Canal Sur TV. Se convocó en la capital costasoleña una huelga general, secundada con paros parciales en toda Andalucía.
Sin embargo, la presión popular en un momento muy delicado para el futuro de la democracia no avanzó, no pudo lograr que el caso se aclarara. Los padres de Manuel José pelearon en todos los estamentos posibles, hasta que se consumieron en vida. El caso fue archivado en 1985. Las tres hermanas que sobreviven (Loli, Paqui y Puri) insisten en pleno 2025 en que nunca se aclaró de quién fue la pistola ni la bala que mató al joven. “Muerto por bala desconocida”, porque hasta el proyectil se perdió. El juez, denuncian, no tuvo en cuenta testimonios esenciales para reconocer al agresor.
Sólo Francisco Cabezas, el entonces presidente de la Diputación de Málaga, dimitió por este caso. Hubo una especie de cierre de filas, entendiendo que el proceso de transición estaba por encima de una vida, cuyo eco esperaban que se apagara pronto. No ha sido así. Hoy Caparrós tiene calles en Málaga, Benalmádena o Jerez de la Frontera y es hijo predilecto de Málaga y medalla de su ciudad a título póstumo. También ha tenido una Declaración de Reconocimiento y Reparación por parte del Gobierno central.
Además de ahondar en su memoria, queda saber quién lo mató. La familia cree que se trata de un cabo fallecido hace cinco o seis años, que fue trasladado a Vélez-Málaga tras su asesinato. El Congreso lo desvelará, ya que un cambio normativo (la ley de información clasificada) permite ahora abrir un dossier que estaba vetado. “Que se sepa la verdad y no escondan” lo que pasó ese 4 de diciembre, dice la familia. “Ahí tiene que estar todo (…). Aunque no viva, me da igual, el nombre tiene que salir”, explica Loli García Caparrós a la Agencia EFE.
La vicepresidenta tercera del Congreso y diputada de Sumar por Cádiz, Esther Gil de Reboleño, al dar a conocer esta apertura, destacó que permitirá conocer la identidad de los responsables del asesinato y que así “se rompe décadas de silencio y abre un camino de verdad y justicia”. El acceso a la documentación es “un hito en la historia de la democracia”, remarca, “un gran paso para el andalucismo y el antifascismo, que rompe décadas de silencio y abre un camino de verdad y justicia”.
Written by: Huffington Post
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