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Poco después de recibir la estatuilla del Emmy por su papel en la serie Hacks, la actriz judía Hannah Einbinder, que finalizó su discurso de agradecimiento con un “free Palestine”, publicó una historia en su Instagram en la que abordó una visión cada vez más extendida de lo que significa sionismo. “No — escribió — el sionismo no es la idea de autodeterminación judía. Es un proyecto político colonial basado en la colonización de Palestina para crear una mayoría judía, donde los judíos tienen más derechos que los palestinos (apartheid). Este genocidio que estamos viendo es necesario para que el sionismo prospere. Por eso detesto el término ‘sionista liberal’, ya que absuelve al identificador de reconocer la definición real del sistema diseñado para matar palestinos y colonizar su tierra”. En el diario israelí más próximo a la izquierda, Haaretz, la periodista Allison Kaplan Sommer trató de entender la posición de la actriz. “Einbinder es la voz de una generación que ha completado oficialmente el ciclo de los sentimientos de sus abuelos y bisabuelos, quienes experimentaron un auge de orgullosa identidad judía en los primeros años de Israel. Vincularon su judaísmo a Israel de forma tan inextricable que el joven Estado no solo se convirtió en parte integral de su religión, sino que a menudo se convirtió en un sustituto completo de la propia religión. Hoy, sus descendientes ya no ven a Israel como el orgulloso protector de su fe. Quieren proteger ‘nuestra religión’ del Estado que, según creen, la perjudica y, por extensión, a ellos mismos”, explicó Kaplan Sommer. Ok, hablemos de sionismo.
La definición de sionismo, según el diccionario de la Real Academia Española, es: “Movimiento político judío centrado en sus orígenes en la formación de un estado de Israel y, después de la proclamación de este en 1948, en su apoyo y defensa”. Podría profundizarse algo más. El sionismo es una suerte de movimiento nacionalista que entiende a los judíos no como personas independientes con una religión, sino como un pueblo en sí mismo que, por tanto, precisa de un Estado. La idea primigenia de Israel es que todos los judíos puedan vivir ahí, como pueblo, en su país. De hecho, la Ley de Retorno israelí otorga la ciudadanía a cualquier persona judía que se mude al país.
Como movimiento nacionalista, el sionismo comenzó a ganar peso a finales del siglo XIX gracias al periodista y escritor austrohúngaro Theodor Herzl, quien tenía la convicción, no ficticia, de que los judíos eran cada vez más perseguidos. En 1896, publicó el libro ‘El Estado Judío’, donde desarrollaba un “pensamiento antiquísimo: el restablecimiento del Estado Judío”. “El mundo resuena con el clamor contra los judíos, y esto despierta ese adormecido pensamiento”, escribía en el prólogo. A partir de ahí, explicaba un “plan sencillo”, que se les entregara a los judíos “la soberanía sobre un pedazo de la superficie terrestre” para “satisfacer” sus “justas necesidades como pueblo”. Una vez lograda esa pretensión, imaginaba Herzl, “se deliberará sobre el país a ser ocupado”.
En su libro, Herzl barajaba dos ideas, la de ocupar Palestina, pero también Argentina. “¿Cuál elegir?”, se preguntaba para luego explicar que “en ambos países se han llevado a cabo notables ensayos de colonización según el falso criterio de la infiltración paulatina de los judíos”, algo que en su opinión “tiende a acabar mal, pues llega siempre el instante en que el Gobierno, presionado por la población que se siente amenazada, prohíbe la inmigración de judíos”. ¿Entonces, cuál? De Argentina destacaba que era “uno de los países más ricos de la tierra, de superficie inmensa, población escasa y clima moderado”. Un país que, según él, “tendría el mayor interés en ceder una parte de su territorio” por el “disgusto natural” que les provocó la “actual infiltración de los judíos”. “Habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva emigración judía”, un desplazamiento que sería “gradual” y duraría “decenios”. Luego estaba la opción de Palestina, un territorio que Herzl tildaba en su libro como la “inolvidable patria histórica” de los judíos. Avanzaba, además, algo que resuena en algunos discursos todavía hoy: “Para Europa formaríamos allí un baluarte contra Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia”. Un año después de publicar su libro, Herzl organizó el primer Congreso Sionista, de la que surgió la Organización Sionista Mundial. El objetivo estaba claro: constituir un Estado judío en Palestina.
Herzl murió en 1904, pero el sionismo ganaba cada vez más fuerza a nivel mundial. Antes de morir, el escritor propuso incluso aceptar la oferta británica de establecer el Estado judío en Kenia, pero el movimiento sionista no lo aceptó. Querían ocupar Palestina, un lugar al que emigraban cada vez más judíos. Todo se precipitó, por supuesto, a raíz de la Segunda Guerra Mundial y del holocausto nazi, que persiguió y asesinó a seis millones de judíos en toda Europa. En noviembre de 1947, la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) aprobó su resolución número 181, que establecía la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, una decisión que apoyaron entonces tanto Estados Unidos como la URSS. Sin embargo, no fue bien recibida ni por los palestinos, que perdían gran parte de su territorio aun siendo mayoría, ni por los sionistas más extremistas, que querían todavía más. La resolución de la ONU nunca se llevó a cabo. En mayo de 1948, Israel declaró su independencia. Tan solo once minutos después de hacerlo, Estados Unidos lo reconoció. En ese mismo momento, Israel decidió ampliar sus fronteras. 700.000 palestinos fueron desplazados y convertidos en refugiados en su propia tierra. Estalló una guerra que se ha prolongado hasta el día de hoy, una concatenación de conflictos gracias a los cuales el Estado de Israel ha ido ganando más y más territorio. Los palestinos llamaron a lo que sucedió en 1948 la Nakba, la catástrofe.
Theodor Herzl (centro), uno de los ideólogos del sionismo, en un barco a Palestina en 1898.Universal History Archive/Universal Images Group via Getty Images
Si bien no todos los judíos son sionistas, el Estado de Israel, como tal, nació de una concepción sionista, es decir, la necesidad de constituir una nación por y para los judíos. Sin embargo, durante todos estos años es cierto que ha habido varias corrientes dentro del sionismo, desde la más extrema, como la de actuales ministros como Bezalel Smotrich, que aboga por la aniquilación total de Palestina, hasta la más ‘liberal’, como la que defendía el profesor e historiador Zeev Sternhell. Para Sternhell, que se consideraba un sionista de verdad, quienes apostaban por la ocupación de palestina no eran “verdaderos sionistas”. “Quienquiera que apoye la ocupación, es decir, un estado binacional, no es sionista. Esto también podría decirse de los políticos que demoran las negociaciones destinadas a lograr una solución de dos estados para dos naciones. Están postergando esta solución para un futuro impredecible, poniendo en peligro el futuro del Estado judío”, declaró el profesor al diario Haaretz en 2008.
En aquella conversación con Haaretz, que definía a Sternhell como “un miembro de la izquierda sionista”, el profesor ya aventuraba la extensión de un pensamiento que hace días trasladó la actriz Hannah Einbinder. “Hoy [en 2008], la convicción de los jóvenes al respecto [que el futuro será mejor] se está desmoronando. La ocupación está corrompiendo nuestra sociedad. La terrible violencia en los territorios se está extendiendo más allá de la Línea Verde [la frontera que Israel pactó con Egipto, Jordania, Líbano y Siria para finalizar con la guerra de 1948]. Esto es inevitable: no pueden existir normas y leyes diferentes para cada persona sin afectar a toda la sociedad. No busco justicia absoluta, solo el fin de la construcción de un apartheid de facto, solo asegurar la creación de una sociedad de la que las generaciones futuras no se avergüencen“, dijo Sternhell. El historiador murió en junio de 2020, aunque no es difícil vaticinar qué diría de lo que Naciones Unidas ya califica como genocidio.
En Israel, pero también en lo que llaman su diáspora, sobre todo Estados Unidos, donde con el paso del tiempo aumentan las manifestaciones contra la guerra, ya hay quien se pregunta si esto no supone el fin mismo del sionismo, si se ha demostrado que el sionismo no es más que un movimiento fallido, aunque por ahora haya tenido éxito. Así lo cuenta, no sin ironía, el activista israelí Hagai El-Ad: “Hay palestinos y judíos que no pueden oír al portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel sin pensar en David Ben – Gurión en 1948: ‘A los árabes de la Tierra de Israel solo les queda una función: huir’. Parece que, desde los albores del sionismo, eso es todo lo que hemos podido imaginar: su desaparición. Al fin y al cabo, como pueblo sin tierra, llegamos a una tierra con pueblo. Así pues, a nosotros, los judíos de la Tierra de Israel, nos quedaba una sola función: expulsarlos. […] Tenemos una sola función: el sionismo. 77 años de ‘operaciones de remodelación’ (como las denominó recientemente el jefe del Comando Central). No solo remodelar la tierra, sino también la conciencia, la suya y la nuestra. Sin embargo, los palestinos se resisten a esa única función que les asignamos. […] El palestino es un terrorista peligroso porque aún no ha cumplido su única función: huir“.
Written by: Huffington Post
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