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Tengo la sensación de llevar escuchando desde pequeño la cantinela de que en España “las pensiones son insostenibles”. Dudaba si era un recuerdo genuino o un recuerdo inventado, de esos que te creas a lo largo del tiempo, y he ido a comprobarlo. Una búsqueda rápida y ¡voilá!, “Expertos del FMI afirman que el sistema de pensiones español es insostenible” o “Solbes dice que el Estado no podrá pagar todas las pensiones futuras”, ambas noticias de 1994 en El País. Y desde entonces hasta ahora un reguero de titulares alarmistas, estudios de parte y mucho interés de bancos, aseguradoras y neoliberales de distinto pelaje cargando contra las pensiones.
En los últimos días, a raíz de la publicación del libro “La vida cañón: la Historia de España a través de los boomers” de Analía Plaza, se ha reactivado la conversación sobre esa generación nacida entre mediados de los cuarenta y los sesenta del siglo pasado. Con el libro como percha, y aprovechando el debate en medios y redes, resurgen voces que pretenden achacar los males que vive la juventud española a la generación con nombre de chicle.
Resulta muy conveniente para algunos reducir a una cuestión generacional la dificultad de la mayoría de los jóvenes para acceder a una vivienda asequible, para poder formar una familia o para tener tiempo libre. Si solo se apunta a la edad nos ahorramos hablar de la estructura de propiedad de la vivienda que permite acumular miles de viviendas en muy pocas manos, la fiscalidad raquítica que permite a las grandes fortunas y personas jurídicas pagar menos que un currito o las presiones que hay detrás de mantener la misma jornada laboral durante más de 100 años.
Lejos de negar la pertinencia de los análisis generacionales que permiten identificar pautas de consumo, nuevas tendencias o dinámicas bajo radar, sí hay que hacer una advertencia. Pretender entender las causas profundas de problemas estructurales mirando solo el calendario, situándolo todo en un conflicto intergeneracional no tiene nada de inocente y sí mucho de interesado.
Veamos un ejemplo. Es innegable que la generación de los boomers tuvo más sencillo que las generaciones venideras el acceso a una vivienda. (Javier Gil lo explica mucho mejor aquí). Sólo hay que ver el esfuerzo en materia de salario que les supone a unos y a otros: a finales de los 80 en España hacían falta tres salarios anuales y en 2025 hacen falta catorce salarios para comprar una casa. Desigualdades similares observamos si hablamos de salarios o patrimonio acumulado. Hasta ahí todos de acuerdo. El problema es cuando, ante esta asimetría, hay quienes aprovechan y aseguran que el problema son las pensiones y que la solución pasa por recortarlas. Y si la cosa solo va de edad, puede colar.
Nadie, ni uno solo, de los que claman contra la insostenibilidad de las pensiones está proponiendo recortarlas para que los jóvenes tengan más derechos. Igual que nadie de los que reclama bajadas de impuestos a los empresarios lo hace para que se suban los salarios. Ni mucho menos. El objetivo es otro: meterle mano a las pensiones. Un nuevo embiste en forma de supuesta preocupación por la juventud.
El asedio constante de bancos, fondos de inversión y aseguradoras a las golosas pensiones y los problemas de acceso a la vivienda de la juventud son dos caras de la misma moneda y la respuesta debe ser conjunta. Porque nada ayudará más a boomers, millenials y Zs que perseguir y castigar la especulación que trata la vivienda como un simple activo financiero y la aprobación de una Renta Básica Universal que garantice unos ingresos mínimos a todas las personas. Ese es el pacto intergeneracional que necesitamos.
Written by: Huffington Post
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